MARÍA ANGULA
María Angula era una niña alegre y vivaracha, hija de un hacendado
de Cayambe. Le encantaban los chismes y se divertía llevando cuentos entre sus
amigos para enemistarlos. Por esto la llamaban la metepleitos, la lengua larga
o la "carishina" chismosa.
Así, María
Angula creció 16 años dedicada a fabricar líos con la vida de los vecinos, y
nunca se dio tiempo para aprender a organizar la casa y preparar sabrosas
comidas. Cuando María Angula se casó, empezaron sus problemas. El primer día
Manuel, su marido, le pidió que preparara una sopa de pan con menudencias y
María Angula no sabía cómo hacerla.
Quemándose las
manos con la mecha de manteca y sebo, encendió el carbón y puso sobre él la
olla sopera con un poco de agua, sal y color, pero hasta ahí llegó: ¡no sabía
qué más hacer!
María recordó
entonces que en la casa vecina vivía doña Mercedes, una excelente cocinera, y
sin pensarlo dos veces corrió hacia ella.
Vecinita, ¿usted
sabe preparar la sopa de pan con menudencias?
¡Claro, doña
María! Verá, se arrojan dos panes en una taza de leche, luego se los pone en el
caldo, y antes de que éste hierva, se le añaden las menudencias.
¿Así no más se
hace?
Sí, vecina.
Ahh, -dijo
María Angula-, si así no más se hace la sopa de pan con menudencias, yo también
sabía. Y diciendo esto, voló a la cocina para no olvidar la receta.
Al día
siguiente, como su esposo le había pedido un locro de "cuchicara", la
historia se repitió.
Doña Mercedes, ¿sabe
preparar el locro de "cuchicara"?
Sí, vecina.
Y como la vez
anterior, apenas su buena amiga le dio todas las indicaciones, María Angula
exclamó:
Ah, si así no
más se hace el locro de "cuchicara", yo también sabía. Y enseguida
corrió a su casa para sazonarlo.
Como esto
sucedía todas las mañanas, la señora Mercedes se puso molesta. María Angula
siempre salía con el mismo cuento: "Ah, si así no más se hace el seco de
chivo, yo también sabía; ah, si así no más se hace el ají de librillo, yo
también sabía." Por eso, quiso darle una lección y, al otro día...
Doña
Merceditas...
¿Qué se le
ofrece, señora María?
Nada, Michita,
mi marido desea para la merienda un caldo de tripas con "puzún" y
yo...
Umm, eso es re
fácil, le dijo, y antes de que María Angula la interrumpiese, continuó:
Verá, se va al
cementerio llevando un cuchillo afilado. Después espera que llegue el último
muerto del día y sin que nadie la vea, le saca las tripas y el
"puzún". En su casa, los lava y luego los cocina con agua, sal y
cebollas y cuando el caldo haya hervido por unos diez minutos, aumenta un poco
de maní... y ya está. Es el plato más sabroso.
Ahh, dijo como
siempre María Angula- si así no más se hace el caldo de tripas con
"punzún", yo también sabía.
Y en un
santiamén, estuvo en el cementerio esperando a que llegara el muerto más
fresquito. Cuando el panteón quedó solitario, se dirigió sigilosamente hacia la
tumba escogida. Quitó la tierra que cubría al ataúd, levantó la tapa y… ¡allí
estaba el semblante pavoroso difunto! Quiso huir, más el mismo miedo la detuvo.
Temblorosa, tomó el cuchillo y lo clavó una, dos, tres veces sobre el vientre
del finado y con desesperación le despojó sus tripas y "punzún".
Entonces, corriendo regresó a su casa. Luego de recobrar su calma, preparó esa
merienda macabra que, sin saberlo, su marido comió lamiéndose los dedos.
Esa misma
noche, entre tanto María Angula y su esposo dormían, en los alrededores se
escucharon aullidos lastimeros. María Angula despertó sobresaltada. El viento
chirriaba misteriosamente en las ventanas, balanceándolas, mientras afuera, los
ruidos fabricaban sus espantos. De pronto, por las escaleras, María Angula oyó
el crujir de unos pasos que subían pesadamente hacia su cuarto.
Era un caminar
trabajoso y retumbante que se detuvo frente a su puerta. Pasó un minuto eterno
de silencio, María Angula vio el resplandor fosforescente de un hombre
fantasmal. Un grito cavernoso y prolongado la paralizó.
¡María Angula,
devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
María Angula se
incorporó horrorizada y, con el miedo saliéndole por los ojos, contempló como la
puerta se abría empujada por esa figura luminosa y descarnada. María Angula se
quedó sin voz. Ahí, frente a ella, estaba el difunto que avanzaba mostrándole
su mueca rígida y su vientre ahuecado:
¡María Angula,
devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
Aterrada, para
no verlo, se escondió bajo las cobijas, pero en instantes sintió que unas manos
frías y huesudas la tomaban por sus piernas y la arrastraban, gritando:
¡María Angula,
devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
Cuando Manuel
despertó, no encontró a su esposa, y aunque la buscó por todas partes, jamás
supo de ella.
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Y en un santiamén, estuvo en el cementerio esperando a que llegara el muerto más fresquito. Cuando el panteón quedó solitario, se dirigió sigilosamente hacia la tumba escogida. Quitó la tierra que cubría al ataúd, levantó la tapa y… ¡allí estaba el semblante pavoroso difunto! Quiso huir, más el mismo miedo la detuvo.
Temblorosa, tomó el cuchillo y lo clavó una, dos, tres veces sobre el vientre del finado y con desesperación le despojó sus tripas y "punzún". Entonces, corriendo regresó a su casa. Luego de recobrar su calma, preparó esa merienda macabra que, sin saberlo, su marido comió lamiéndose los dedos.
María Angula se incorporó horrorizada y, con el miedo saliéndole por los ojos, contempló como la puerta se abría empujada por esa figura luminosa y descarnada. María Angula se quedó sin voz. Ahí, frente a ella, estaba el difunto que avanzaba mostrándole su mueca rígida y su vientre ahuecado:
¡María Angula, devuélveme mis tripas y mi puzún que te robaste de mi santa sepultura!
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