¡HASTA CUANDO PADRE ALMEIDA!
Hay una característica muy especial por lo cual se conoce a Quito y es la que la califica de “Quito, ciudad de leyendas”. A propósito de leyendas, muchas personas se preguntan si en verdad existió el cura parrandero de la famosa historia, cuya línea principal dice: ¿Hasta cuándo Padre Almeida? con la que el Cristo que le servía de escalera para salir a sus juergas nocturnas le reprochaba. La respuesta es que, efectivamente el dicho fraile si existió; y su fama de bohemio fue muy cierta, aunque no fue el único cura de aquella época que abandonaba su encierro y salía a dar serenatas bajo los balcones de las hermosas muchachas quiteñas.
El nombre de este personaje fue Manuel de Almeida
Capilla, hijo de don Tomás de Almeida y doña Sebastiana Capilla. A los 17 años
de edad ingresó a la Orden de los Franciscanos y sus devaneos temporales
tuvieron un punto final, cuando el Cristo de la Sacristía del Convento de San
Diego, sobre el que se encaramaba para alcanzar la ventana por la cual escapaba
a sus juergas nocturnas, puso fin con su famosa frase:
¡Hasta cuando
Padre Almeida!
Narra la leyenda que, en el convento de San
Diego, de la ciudad de Quito-Ecuador, vivía hace algunos siglos un
sacerdote joven, conocido como el Padre Almeida, el mismo que se
caracterizaba por su afición a las juergas y al aguardiente.
Todas las noches, él iba hacia una pequeña ventana que
daba a la calle, pero como esta era muy alta, él se subía hasta ella,
apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente. Hasta que una vez
el Cristo ya cansado de tantos abusos, cada noche le preguntaba al juerguista:
¿Hasta cuándo Padre Almeida?, a lo que él respondía: “Hasta la vuelta Señor”.
Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba
rienda suelta a su ánimo festivo y tomaba hasta embriagarse. Al amanecer
regresaba al convento; tanto le gustaba la juerga, que sus planes eran seguir
con ese ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada
que le hizo cambiar definitivamente.
Pues una madrugada el Padre Almeida regresaba
borracho, tambaleándose por las empedradas calles quiteñas, rumbo al convento,
cuando de pronto vio que se aproximaba un cortejo fúnebre.
Le pareció muy
extraño ese tipo de procesión a esa hora, y como era curioso, decidió ver
el interior del ataúd, y al acercarse vio su propio cuerpo dentro del mismo. Del
susto se le quitó la borrachera y corrió desesperadamente hacia el convento.
Cuentan que esa fue la última vez que Manuel Almeida
escapó del convento.
Desde ese día, se convirtió en el más devoto de los
novicios e inició una carrera que llegó casi hasta la santidad.
El Convento de San Diego, rehabilitado por el Ilustre
Municipio Quiteño aún se levanta en el lugar que lo edificó. Lo que ha
desaparecido es un “Diario” en el que se dice el Padre Almeida escribió sus memorias.
Sin embargo, los quiteños insisten que entre las muchas obras que dejó para la
posteridad, está el villancico que se suele cantar en la época navideña y que
dice:
Dulce Jesús mío
Mi niño adorado
ven a nuestras almas
ven no tardes tanto.
Mi niño adorado
ven a nuestras almas
ven no tardes tanto.
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